5 de agosto de 2022

SALMO 40 NVI

Al director musical. Salmo de David.

Puse en el Señor toda mi esperanza;

él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.

Me sacó de la fosa de la muerte,

del lodo y del pantano;

puso mis pies sobre una roca,

y me plantó en terreno firme.

Puso en mis labios un cántico nuevo,

un himno de alabanza a nuestro Dios.

Al ver esto, muchos tuvieron miedo

y pusieron su confianza en el Señor.

Dichoso el que pone su confianza en el Señor

y no recurre a los idólatras

ni a los que adoran dioses falsos.

Muchas son, Señor mi Dios,

las maravillas que tú has hecho.

No es posible enumerar

tus bondades en favor nuestro.

Si quisiera anunciarlas y proclamarlas,

serían más de lo que puedo contar.

A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas,

pero has abierto mis oídos para oírte;

tú no has pedido holocaustos

ni sacrificios por el pecado.

Por eso dije: «Aquí me tienes

—como el libro dice de mí—.

Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad;

tu ley la llevo dentro de mí».

En medio de la gran asamblea

he dado a conocer tu justicia.

Tú bien sabes, Señor,

que no he sellado mis labios.

No escondo tu justicia en mi corazón,

sino que proclamo tu fidelidad y tu salvación.

No oculto en la gran asamblea

tu gran amor y tu verdad.

No me niegues, Señor, tu misericordia;

que siempre me protejan tu amor y tu verdad.

Muchos males me han rodeado;

tantos son que no puedo contarlos.

Me han alcanzado mis iniquidades,

y ya ni puedo ver.

Son más que los cabellos de mi cabeza,

y mi corazón desfallece.

Por favor, Señor, ¡ven a librarme!

¡Ven pronto, Señor, en mi auxilio!

Sean confundidos y avergonzados

todos los que tratan de matarme;

huyan derrotados

todos los que procuran mi mal;

que la vergüenza de su derrota

humille a los que se burlan de mí.

Pero que todos los que te buscan

se alegren en ti y se regocijen;

que los que aman tu salvación digan siempre:

«¡Cuán grande es el Señor

Y a mí, pobre y necesitado,

quiera el Señor tomarme en cuenta.

Tú eres mi socorro y mi libertador;

¡Dios mío, no tardes!