Una de las imágenes más poderosas de Dios en la Biblia es como nuestro Padre. Los autores bíblicos eligieron esta metáfora, no porque Dios sea varón; como Espíritu, Dios no tiene género. Ellos describieron a Dios de esta manera debido a la asociación de la paternidad con el origen, la identidad y el amor. 

Origen

Debido a que la paternidad está conectada con la creación de la vida, los autores bíblicos describen a Dios como el Padre de la humanidad. El Apóstol Pablo habló de “un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos” (1 Corintios 8:6). Isaías describió a Dios, nuestro Padre, como el alfarero divino que nos puso en su rueda (Isaías 64:8). “¿No tenemos todos un solo Padre?”, preguntó el profeta Malaquías. “¿No nos creó un solo Dios?” (Malaquías 2:10). Existe “un Dios y Padre de todos”, escribió Pablo, “está sobre todos y por medio de todos y en todos” (Efesios 4:6).

La conexión entre la paternidad y el origen explica por qué tanto el Credo de los Apóstoles, como el Credo de Nicea, afirman que creen en Dios como “creador del cielo y la tierra”. Los credos quieren dejar en claro que todo, tanto lo que puedes ver como lo que no, se origina con nuestro Padre celestial y no accidentalmente.

Como la fuente de todo, Dios posee y entiende todo: “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan” (Salmo 24:1). Dios también tiene el control de todo. “El Señor ha establecido su trono en el cielo; su reinado domina sobre todos” (Salmo 103:19). La providencia de nuestro Padre es descrita como general cuando se refiere a su cuidado por el mundo, y especial cuando se expresa de manera específica hacia personas particulares.

Como Padre de Israel, merecía su lealtad. En Deuteronomio 32:6, Moisés reprendió a los israelitas por no mostrar la debida lealtad a su Padre celestial. “¿Y así le pagas al Señor, pueblo tonto y necio? ¿Acaso no es tu Padre, tu creador, el que te hizo y te formó?” Esta obligación no es solo de Israel. Como Padre de todos, todos le deben su lealtad.

Identidad

Los autores bíblicos recurrieron a la metáfora de la paternidad para describir cómo aquellos en la familia humana se parecen a nuestro Padre celestial. Génesis 1:26-27 describe a la humanidad como creada a la imagen de Dios, que incluye cuatro aspectos.

El primer aspecto es la imagen natural. Poseemos atributos como la razón, voluntad, libertad y creatividad, cualidades que también posee Dios. En Él, estos atributos son perfectos e ilimitados, mientras que en nosotros son débiles, limitados y frecuentemente dirigidos a fines erróneos.

El segundo aspecto de la imagen divina es el social. De la misma forma en que Dios existe como Trinidad, nosotros existimos para estar en relación con nosotros mismos y con los demás.

En el tercer aspecto, la imagen de Dios incluye un componente funcional, refiriéndose a nuestro nombramiento como mayordomos de su creación (Génesis 1:28). Estamos aquí como representantes de Dios, para tomar Su obra como nuestra. No solo compartimos la semejanza con nuestro Padre, trabajamos en el negocio familiar.

El cuarto aspecto de la imagen de Dios es la moral. Mientras que los primeros tres aspectos sufrieron graves daños por la caída, el aspecto moral fue destruido. Dios quiso que la humanidad fuera como Él, capaz de tener una relación con Él, pero ahora estamos separados de Él sin poder hacer nada, separados de Su gracia.

Amor

La paternidad de Dios habla de Su amor por Sus hijos e hijas. En las palabras del salmista, Dios es el “padre de los huérfanos” (Salmos 68:5). Jesús preguntó a la multitud: “Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!” (Mateo 7:11).

El Antiguo Testamento usó esta imagen para describir la relación de Dios con Israel. En el desierto, Dios los guió “como lo hace un padre con su hijo” (Deuteronomio 1:31). El profeta Oseas retrata una hermosa imagen de Dios como un padre amoroso (Oseas 11:1-11). “Desde que Israel era niño, yo lo amé; de Egipto llamé a mi hijo … Yo fui quien enseñó a caminar a Efraín; yo fui quien lo tomó de la mano. Pero él no quiso reconocer que era yo quien lo sanaba” (vv. 1, 3).

Nuestro Padre amó tanto al mundo “que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!”, escribe el apóstol Juan (1 Juan 3:1). Jesús enseñó esta verdad en una de Sus parábolas más poderosas, la del Padre que esperó el regreso de su hijo y luego lo colmó de perdón y bendiciones no merecidas (cf. Lucas 15, 11-32). Esto muestra claramente cuánto nos ama nuestro Padre.

Como hijos reconciliados de Dios, recibimos la morada del Espíritu que nos recuerda que somos hijos e hijas de Dios (Romanos 8:15). Conocemos de primera mano la bondad del “Padre misericordioso y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Somos conscientes de los altos estándares de nuestro “Padre al que juzga con imparcialidad las imparcialidad las obras  de cada uno”. Por esta razón, debemos vivir con “temor reverente” (1 Pedro 1:17) y amar a otros como Él ama (Santiago 1:27). Incluso la disciplina de nuestro Padre nos asegura que somos “Sus hijos” (Hebreos 12:7).

El Credo de los Apóstoles describe a Dios de una manera que podría parecer una contradicción, “Padre Todopoderoso”. Sin embargo, esta descripción de dos palabras captura fielmente la paternidad de Dios. Él es Todopoderoso: crea y preserva todo y a todos con cada persona que lleva Su imagen. Sin embargo, también es amoroso, no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen al arrepentimiento. Fue Su amor lo que envió a Su propio Hijo a la cruz y Su poder lo que permitió que ese sacrificio pusiera fin a la maldición del pecado sobre el mundo y restaurara la humanidad a la imagen de Dios. No hay contradicción; podemos orar como Jesús nos enseñó: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9).

Stephen J. Lennox es un pastor wesleyano ordenado y presidente de la Universidad de Kingswood, Sussex, New Brunswick, Canadá.

 

Preguntas para reflexionar y conversar

  • Dios nuestro Padre tiene una responsabilidad para con nosotros como Su creación, como el origen de todo. Nosotros también tenemos una responsabilidad ante Dios de aceptar Su autoridad. ¿Cuál es nuestra responsabilidad de aceptar la autoridad de Dios diariamente?
  • Todos somos creados a imagen de Dios, específicamente en cuatro aspectos especiales. Fuimos creados natural, social, política y moralmente a la imagen de Dios. Tres de estos aspectos resultaron perjudicados con la caída: la natural, la social y la política. La imagen moral fue completamente destrozada sin que podamos restaurarla. ¿En qué forma nos ha sido otorgada la posibilidad de restaurar nuestra imagen moral?
  • Ningún padre terrenal tiene la capacidad de amar perfectamente; por ello, algunos tienen conflicto con la descripción de Dios como Padre. El amor de Dios como nuestro Padre es diferente al amor imperfecto de los padres terrenales. Steve Lennox lo explica de esta manera: “Dios nos ama de la manera correcta”. Si tenemos problemas en nuestra relación con nuestro padre terrenal, ¿cuáles son algunas maneras de superar esa aplicación errónea al carácter de Dios?
  • ¿Cuáles son algunas maneras prácticas en las que podemos cooperar con Dios, aceptar Su autoridad y permitirle refrescar o, si es necesario, incluso restaurar Su imagen en nosotros?

 

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