Con el corazón entre dos culturas Y la mirada en el Reino.
Este año, el Mes de la Herencia Hispana ha cobrado un significado más profundo para mí. Siempre me he sentido orgullosa de mi etnicidad y mis raíces, pero últimamente, cuando escucho las noticias o reviso las redes sociales, no puedo evitar sentir una oleada de miedo y ansiedad.
Me pregunto si mi color de piel, mi acento o incluso mi tarjeta de identidad podrían provocar el sentimiento de rechazo en los demás. Aunque intente ignorar esos pensamientos, no puedo evitarlos completamente, ya que mis hijas en la escuela escuchan y ven cosas que les provocan preguntas, sobre todo a la hora de dormir. Preguntas como: ¿qué nos pasará si esto sucede aquí como lo dicen las noticias?
Como madre, es doloroso mirarlas a sus ojos grandes, cafés y llorosos al responderles con sinceridad. Me encantaría decirles: “No pasará nada, Dios nos protegerá”, pero más que respuestas ensayadas, necesitan ver la fe en acción. Así que tuve que recordarles esta verdad: yo (nosotros) pertenecemos al Reino de los cielos. Cuando puse mi confianza en Dios, Él me dio una nueva identidad como su hija. Eso significa que mi nacionalidad no es la última palabra sobre quién soy. Lo más importante es que somos parte de un Reino inconmovible.
Cuando conocí a Jesús como mi Salvador, aprendí que en su Reino no hay hombre o mujer, esclavo o libre, judío o griego. Nada de nuestro pasado puede apartarnos de su gracia.
“Queridos amigos, les ruego, como extranjeros y peregrinos, que se abstengan de los deseos pecaminosos que batallan contra su alma.” (1 Pedro 2:11 NVI) Las palabras de Pedro me recuerdan que Dios nos ha dado un nuevo nacimiento a una esperanza viva y una herencia en el cielo (1 Pedro 1:1-9). Él nos llama “extranjeros y peregrinos” en este mundo.
En muchos sentidos, esa es exactamente mi vida: una inmigrante en Estados Unidos, pero también un peregrino de paso por este mundo. Mi lealtad máxima no es a una bandera ni a un país, sino a Cristo, quien me rescató. Y en este Reino, Él me recuerda continuamente que me guarde de los ídolos de la avaricia, el orgullo o la autosuficiencia, y que descanse en su misericordia y gracia.
Estoy profundamente agradecida de que Dios me haya visto, haya conocido mi historia incluso antes de cruzar la frontera y me haya dado una nueva vida en la tierra llamada “el hogar de los valientes”. Hoy puedo alabarlo y agradecerle por mi herencia que es tanto mexicana como estadounidense, pero, sobre todo, eterna. La verdadera herencia que espero transmitirles a mis hijas no es solo tamales ni palabras en español, sino Jesús vivo en mí.
Así que al celebrar este mes, visite el pasillo hispano de su supermercado local, pruebe comidas nuevas, practique español y disfrute de la riqueza de nuestra cultura. Pero recuerde: nuestra identidad está en Cristo. Como Jesús, dé la bienvenida a todos, sin centrarse en su nacionalidad, sino en su eternidad. Porque, al fin y al cabo, todos somos peregrinos y extranjeros, llamados a vivir para el Reino inquebrantable de Dios.
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Daniela Galindo-Cabriales es pastora asistente de la Iglesia Hope Rising en el norte de Indiana y se especializa en el ministerio digital. También es directora de Comunicaciones de SMEF y FLAMA, estudiante ministerial de tiempo completo, esposa y madre de dos niñas.
Daniela usa las redes sociales para difundir el evangelio, convencida de que es la parroquia moderna que John Wesley sin dudarlo utilizaría.
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