Cuando los cristianos hablan de dones espirituales, a menudo imaginamos superpoderes sagrados. Enseñamos que son para servir, aunque en secreto creemos que nos hacen más que humanos. Competimos por los dones que creemos que nos posicionarán por encima de los demás en influencia e importancia. Con los dedos cruzados, esperamos recibir algo increíble.

Esta forma de pensar es totalmente opuesta a lo que las Escrituras mencionan sobre los dones espirituales. El pensamiento de superpoderes sagrados nos lleva a elevar a algunos de estos (el ministerio y el liderazgo) mientras degradamos otros (la administración y el servicio). Algunos son tan difíciles de asimilar que pensamos que Dios ya no los utiliza, tales como los milagros y el hablar en lenguas.

Pero los dones espirituales son mucho más que simples habilidades sobrehumanas. La verdad es que no son sobrehumanos en absoluto. Son piezas de rompecabezas que reflejan el aspecto de la humanidad redimida y su propósito es más de lo que imaginamos.

Hay tres referencias en las Escrituras a las que acudimos cuando pensamos en dones espirituales: Romanos 12:4-8, Efesios 4:7-8, 11-16, 1 Corintios 12-14. En cada pasaje, el apóstol Pablo no está presentando nueva información a la audiencia original, sino que está refinando la comprensión del propósito y la función de una obra del Espíritu Santo que ya estaban viviendo. Se les habían dado dones y estaban operando en ellos, y Pablo quiere desarrollar su aplicación.

En toda enseñanza está presente el elemento fundamental de la unidad. A los primeros creyentes no se les dieron habilidades espirituales para hacerlos sentir poderosos. Se les asignaron funciones individuales dentro del único ministerio de hacer discípulos: cultivar una familia santa de “hacedores” en Cristo … no solo de “hacedores” para Cristo. Estos dones nos preparan para llevar a cabo de continuo el ministerio redentor de Jesús en la tierra, pero su función principal es edificar el cuerpo de Cristo.

Esta última afirmación no debería sorprendernos. En Juan 17, Jesús ora para que todos los discípulos lleguen a la fe en Él a través de la obra de los apóstoles. Él podría haber pedido cualquier otra cosa al Padre en ese momento, pero no lo hizo. El oró específicamente para que fuéramos uno y procedió a basar nuestro testimonio efectivo en esa unidad.

Él oró: “Yo estoy en ellos, y tú estás en mí. Que gocen de una unidad tan perfecta que el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas tanto como me amas a mí” (Juan 17:23). Jesús conecta nuestro testificar del amor del Padre y su vida, directamente a que estemos unidos por el amor comunal del Dios Trino que mora en nosotros. Ahí es donde se revela el propósito más profundo de los dones espirituales.

A la iglesia se le ha dado acceso a un poder ilimitado. En la infinita sabiduría del Espíritu Santo, ese poder se ha ido reduciendo individualmente, requiriendo nuestra unidad para parecernos a Jesús ante el mundo. Ninguna persona puede cumplir el ministerio de Cristo sola. Nos necesitamos los unos a los otros.

Aunque 1 Corintios declara esta verdad de forma implícita, Pablo va tras ella directamente en los capítulos 12-14. Desde el Espíritu, se otorgan diferentes dones para continuar el único ministerio terrenal de Jesús. Él utiliza la analogía que los cristianos somos el cuerpo de Cristo. Así como las partes individuales del cuerpo humano necesitan de las demás para funcionar plenamente, los cristianos dependemos del Espíritu y los unos de los otros para ser el cuerpo de Cristo. Esa unidad guiada por el Espíritu es la que da a conocer a Jesús a un mundo desesperado y apunta directamente al amor del Padre.

Hay mucho que decir sobre estos dones, pero en resumen, vamos a dividirlos en cuatro categorías.

Corazón: Ministerio, profecía, evangelización, apostolado, enseñanza.

Estos dones están diseñados para desarrollar, equipar y multiplicar a la iglesia. Funcionalmente, preparan a la iglesia para la obra del ministerio.

Manos: Administración, dar, servir, misericordia, exhortación.

Existe la tentación de pasar por alto la unción en estos dones; pero debemos afirmar activamente que Dios está en ellos. Estos dones espirituales aseguran que todos los demás roles en el cuerpo de Cristo estén operando ordenadamente: permitiendo que todos los demás funcionen correctamente.

Mente: Liderazgo, discernimiento de espíritus, sabiduría, conocimiento.

Jesús es la cabeza del cuerpo, pero estos dones resaltan lo que Jesús sabe de las personas, los espíritus, la naturaleza, el orden y el sentido común y poco común. Los dones mentales tienden a ser más propensos al procesamiento y ejecución cerebral profunda, pero eso no significa que estén ausentes de emoción, compromiso físico o guía del Espíritu Santo. Destacan el genio creativo de Dios al diseñar la mente para procesar profundamente y ejecutar magistralmente.

Alma: Hablar/interpretar lenguas, milagros, sanación, fe.[1]

Los dones del alma a menudo se sienten misteriosos. Podemos ver patrones en ellos, pero como el alma humana, no podemos pretender saber exactamente cómo funcionan. Su función primordial es crear en nosotros admiración por Dios. Fortalecen nuestra confianza, desafían la incredulidad y nos animan a atribuir la grandeza apropiada al Dios del universo. Sin ellos, podemos caer presa del engaño de que podemos encajar a Dios en las limitaciones de nuestra imaginación.

Hay mucho más que decir acerca de estos dones, pero consideren estas descripciones ofrecidas como una guía para orar y procesar más.

Necesitamos que todos los dones espirituales para que Cristo sea revelado dinámicamente en la iglesia. Queremos el avivamiento y hacer discípulos de manera efectiva, pero eso no sucederá a menos que ministremos juntos, amemos incondicionalmente y confiemos unos en otros para cumplir nuestras funciones interdependientes del cuerpo de Cristo a medida que vivimos en nuestros dones espirituales. Cuando lo hagamos, la plenitud del poder del Espíritu será evidente, el mundo sabrá que somos discípulos de Jesús y daremos testimonio del amor del Padre.

Chase Rashad es pastor principal de la Iglesia Cristiana Unison, miembro de la junta regional para la Región de los Grandes Lagos y miembro de la Junta General de La Iglesia Wesleyana.

 

Preguntas para la reflexionar y conversar

  • A los primeros cristianos no se les dieron dones espirituales para que fueran poderosos. Recibieron sus dones individuales para utilizarlos en el ministerio de hacer discípulos. Nosotros también hemos recibido dones espirituales para equipar a los creyentes para llevar a cabo la misión redentora de Jesús. ¿Cómo utilizas tus habilidades espirituales para edificar el cuerpo de Cristo en tu vida diaria?
  • Los dones espirituales deben utilizarse en unidad con los demás creyentes. Mirando el entorno de tu propia iglesia, ¿cómo ves que esos dones se usan en conjunto para fortalecer el alcance del ministerio?
  • Ninguna persona puede cumplir sola el ministerio de Cristo. Teniendo en cuenta sus propios dones personales, ¿cómo deberías utilizar tus dones dentro del cuerpo de la iglesia para maximizar tu impacto para Cristo?
  • Evalúa los dones espirituales representados en tu iglesia. ¿Es tu iglesia particularmente fuerte en algunas áreas, o incluso pasa por alto algunos de los dones más misteriosos? ¿Cuáles son algunas de las maneras en que tu iglesia puede acoger y apreciar todos los dones del Espíritu?

 

Todas las citas de las Escrituras, a menos que se indique lo contrario, están tomadas de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., Carol Stream, Illinois 60188. Todos los derechos reservados.

[1] La Iglesia Wesleyana cree en el uso milagroso de las lenguas y la interpretación de las mismas en su marco bíblico e histórico. Véase “La Disciplina de La Iglesia Wesleyana 2022”, párrafo 265:10 para una referencia completa.