¡Estoy muy agradecido por esta oportunidad de compartir con ustedes! El boletín del SG de este mes coincide con la más reciente edición de la revista “Wesleyan Life” con su enfoque en la verdad de que todos los que siguen a Jesús tienen un llamado y un don para participar en su misión. 

Mi artículo en “Wesleyan Life” enfatiza la alegría particular que se encuentra en “Seguir juntos el llamado de Dios” (en inglés). Este no es un esfuerzo individual, sino que nos unimos al cuerpo de Cristo, la familia de Dios: discípulos unidos mientras valoramos que el movimiento de Dios es multigeneracional, multiétnico, multieconómico, de mujeres y hombres, laicos y clérigos: un “sacerdocio de todos los creyentes” (1 Pedro 2:5). 

Octubre es el Mes de Agradecimiento al Pastor. Quiero dar un reconocimiento especial a los pastores acreditados: mujeres y hombres que sirven a Dios dentro y fuera de los muros de la iglesia. Una parte significativa de nuestros pastores sirven de manera bi-vocacional, providencialmente ubicados dentro de la iglesia y en el mercado laboral. Nuestros pastores sirven en una amplia variedad de ubicaciones geográficas, tamaños de iglesias y contextos únicos. Pastores, ¡les apreciamos y les agradecemos! 

Mientras celebramos a nuestros pastores, ¡apreciamos que cada persona sea un ministro! 

En la década de 1970, el reverendo Jesse Jackson solía recitar el poema de verso libre, “Soy alguien”, en particular en Plaza Sésamo en 1972. La lectura de Jackson estaba orientada a cumplir con el plan de estudios inicial de Plaza Sésamo para servir a los niños desfavorecidos de la ciudad, así como promover el entendimiento cultural. Los versos del poema, “Soy alguien” o “Pero soy alguien”, fueron recitados en forma de llamada y respuesta por Jackson y los niños de múltiples razas. 

En esos años, fui parte de un equipo de plantación de Kentwood Community Church (KCC). Creé y enseñé un curso, “BEAM por sus iniciales en inglés significando: creyentes capacitados como ministros”. Una característica era que cada uno de nosotros, laicos y pastores, declarábamos juntos, “Soy un ministro”. Fue divertido compartir ese llamado y esa respuesta, y en los años que siguieron, innumerables conversaciones incluyeron: “¡Pero yo soy un ministro!”. La declaración arraigada en los años formativos de KCC de que estábamos siguiendo juntos el llamado de Dios. 

Este llamado surge de un compromiso mutuo de glorificar a Dios con vidas y liderazgo que sean saludables y santos… es ambas cosas, no una u otra. Es cierto para todos los ministros, laicos y clérigos, y cuando se acepta plenamente, toda la cultura de la iglesia es saludable y santa. ¡Qué contraste con el mundo!, y qué reflejo de un anhelo que ha sido una aspiración de La Iglesia Wesleyana (LIW) desde sus inicios. 

La misión de John Wesley en el siglo XVIII era “reformar la nación, y en particular la iglesia, para difundir la santidad bíblica sobre la tierra”. Proclamó que Dios, en amor, no solo deseaba perdonar a las personas, sino también liberarlas del poder del pecado y transformarlas por medio de Su Espíritu. 

Wesley también dejó muy claro que esto es algo que debemos perseguir juntos. “‘Santos solitarios’ es una frase que no es más coherente con el evangelio que santos adúlteros. El evangelio de 

Cristo no conoce otra religión que la social, otra santidad que la santidad social”.1 Jonathan Raymond, en su libro “Social Holiness: The Company We Keep” (Santidad Social: La Compañía que mantenemos), escribe que Wesley “estaba interesado en la gracia de Dios activa en el desarrollo social del carácter, el apoyo social espiritual de los demás y la responsabilidad necesaria para nuestra formación espiritual y santidad”. 

Hoy, nosotros como LIW buscamos ser un movimiento “que transforma vidas, iglesias y comunidades a través de la esperanza y la santidad de Jesucristo”. Esto requerirá de personas y culturas sanas y santas. “Las malas y las buenas noticias sobre la cultura se pueden resumir en la misma declaración: una cultura arraigada es casi irresistible. Si la cultura que refuerza es tóxica, se corrompe sistémicamente y corrompe a las personas que la habitan… Por otro lado, si la cultura que refuerza es redentora, sanadora y buena, ​​se vuelve sistémicamente buena”.2 

He tenido el privilegio de ser parte de una iglesia local, luego de un entorno educativo y ahora de una cultura denominacional. Describo cada una de ellas como saludable y santa en general (no perfecta). Para que este entorno sea cierto en toda La Iglesia Wesleyana, se requiere de diligencia en nuestras políticas y prácticas distritales y denominacionales para así remover o restaurar de manera redentora a los pastores y otros miembros de la iglesia cuando ocurren fallas. También significa crecer de manera proactiva a través del aprendizaje de cómo juntos proseguimos el llamado de Dios, como es el enfoque de grupos como “Colegas en el Ministerio”, que se centra en cómo las mujeres y los hombres pueden servir juntos de manera más fructífera. 

Ser saludable y santo requiere el empoderamiento y la llenura del Espíritu Santo. “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser —espíritu, alma y cuerpo—, irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.El que los llama es fiel y así lo hará”. (1 Tesalonicenses 5:23-24). 

 

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